Religión

El militarismo de la sociedad de la cultura azteca se reflejaba con gran claridad en la esfera religiosa. Los mitos de creación, por ejemplo, sacralizaban la guerra al sostener que la única forma de evitar la destrucción de la humanidad, como había sucedido a las cuatro anteriores, consistía en alimentar al Sol con la sangre de los enemigos prisioneros de guerra para fortalecerle y evitar así su muerte.
Sin embargo, las creencias guerreras de los pipiltin mexicas no eran compartidas por la inmensa mayoría de los campesinos del México Central, sostén económico de Tenochtitlán, que seguían adorando a los viejos dioses de la vegetación y el agua. Esta oposición dio origen a una religión donde convivían en igualdad ambas tradiciones. La presencia de dos capillas gemelas en el Templo Mayor de Tenochtitlán, dedicada una a Tialoc, el dios acuático, y otra a Huitzilopochtli, la belicosa deidad de la cultura azteca, simbolizaba a la perfección el dualismo típico del pensamiento mexica.
Las principales deidades del panteón eran Omelecuhtli y Omecíhuatl, dioses creadores, y sus cuatro hijos: Tezcatlipoca, dios de la Providencia; Huitzilopochtli, de la guerra: Quelzalcóatl, deidad del bien; y Xipe, patrono de la primavera y los cultivos. La misma importancia poseían Tlaloc y Chalchiuhtlicue, divinidades acuáticas; Mictlantecuhtli. señor de los Infiernos; y las distintas advocaciones de la gran diosa madre de los primen» agricultores (Coatlicue y Tlazolteotl).
Omelecuhtli
Omelecuhtli
El dualismo se extendía también al mundo de los muertos. Los guerreros muertos en combate o en la piedra de los sacrificios iban al Paraíso Solar; los que perecían ahogados o por causas relacionadas con el dios de las aguas marchaban al Paraíso de Tlaloc, un jardín lleno de flores, riachuelos y frutas variadas. El resto de los mortales se encaminaba al Mictlan (Lugar de los difuntos), donde se llevaba una existencia similar a la anterior.
Los sacrificios humanos, punto culminante del complejo sistema ceremonial mexica. reproducían también la dualidad, ya que las técnicas empleadas en algunos de ellos (decapitación, flechamiento, inmersión en agua o desollamiento) tenían un claro simbolismo agrario. Sin embargo, todos finalizaban de la misma manera, que el sacrificio realizado en honor de Tonatiuh, la deidad solar: los sacerdotes abrían el pecho del cautivo con una gran navaja de piedra, sacaban el corazón y lo ofrecían al Sol.
La complejidad de la vida religiosa de la cultura azteca exigía un sacerdocio numeroso y bien organizado. A la cabeza se encontraban dos sumos sacerdotes, iguales en poder y prestigio, representantes respectivos de Tlaloc y Huitzilopochtli. Les seguía en categoría el Mexicatl teohuatzin (Sacerdote mexicano), encargado de las ceremonias, y sus subordinados directos. El resto del clero se agrupaba en órdenes religiosas divididas en cuatro grupos de edad: novicios, jóvenes, maduros y ancianos.
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