En 1519, año de la llegada de los españoles a México Central, una gran parte de Mesoamérica estaba bajo el control de la cultura azteca, quienes habían forjado en poco más de un siglo un poderoso imperio que se extendía de la frontera septentrional del área al istmo de Tehuantepec, y del Atlántico al Pacífico.
El centro de la ciudad estaba ocupado por el recinto sagrado, un conjunto de 78 edificios religiosos presididos por el Templo Mayor. A su alrededor, ordenados en círculos concéntricos se alzaban los dos palacios reales, las residencias de los nobles y las casas de los plebeyos. El mercado estaba en Tlatelolco y era visitado diariamente por más de 60.000 personas.
El centro de la ciudad estaba ocupado por el recinto sagrado, un conjunto de 78 edificios religiosos presididos por el Templo Mayor. A su alrededor, ordenados en círculos concéntricos se alzaban los dos palacios reales, las residencias de los nobles y las casas de los plebeyos. El mercado estaba en Tlatelolco y era visitado diariamente por más de 60.000 personas.
La sociedad de la cultura azteca experimentó profundas modificaciones a lo largo de su corta historia al transformarse poco a poco el igualitarismo de los primeros tiempos, consecuencia de la orientación militar y los grupos de parentesco, en la estructura social descrita por los soldados españoles.
En principio, pueden diferenciarse dos grandes clases sociales: la noble y la plebeya. Teóricamente, los miembros del grupo inferior podían ascender al superior y viceversa, pero en la práctica la movilidad social era inexistente.
En principio, pueden diferenciarse dos grandes clases sociales: la noble y la plebeya. Teóricamente, los miembros del grupo inferior podían ascender al superior y viceversa, pero en la práctica la movilidad social era inexistente.
La Nobleza
El sector dominante estaba formado por capas sociales de diversa procedencia encabezadas por el linaje real descendiente del primer tlatoani (Orador) o rey mexica.
Le seguían en poder y prestigio los tetecuhtin (Señores), nobles de alto rango que se habían hecho merecedores del título por los valiosos servicios que prestaron al Estado. Los Señores poseían enormes extensiones de tierras en los lugares conquistados que se cultivaban mediante siervos y ocupaban los cargos más elevados del gobierno de la nación. El rango no era hereditario, si bien los hijos de los tetecuhtin podían sucederá su padre cuando demostraban poseer los requisitos necesarios.
El tercer bloque estaba formado por los pipillin (literalmente Hijos), quienes, como su nombre indica, estaban emparentados con los monarcas y los tetecuhtin. Constituían la gran masa de la nobleza y sin ellos el imperio no hubiera podido funcionar, dado que todos los puestos intermedios de la administración, la magistratura, el ejército y el sacerdocio eran ejercidos por pipiltin. Estos nobles tenían derecho a poseer una o más parcelas del latifundio familiar.
Los cuauhpipiltin (Hijos del águila) constituían el último escalón de la clase noble. Se trataba de guerreros o mercaderes procedentes de la clase plebeya que habían logrado franquear la barrera social gracias a sus dotes militares o a su habilidad comercial. Estos méritos les daban derecho a disponer de la producción de un pequeño lote de tierras que se les entregaba para su sustento, a contraer más de un matrimonio, y a quedar exentos de la obligación de tributar en especie o en trabajo al tlatoani. Los cuauhpipiltin, sin embargo, no eran bien vistos por los aristócratas de sangre, que les prohibían lucir determinados adornos reservados a la nobleza, recordándoles así lo bajo de su cuna.
El tercer bloque estaba formado por los pipillin (literalmente Hijos), quienes, como su nombre indica, estaban emparentados con los monarcas y los tetecuhtin. Constituían la gran masa de la nobleza y sin ellos el imperio no hubiera podido funcionar, dado que todos los puestos intermedios de la administración, la magistratura, el ejército y el sacerdocio eran ejercidos por pipiltin. Estos nobles tenían derecho a poseer una o más parcelas del latifundio familiar.
Los cuauhpipiltin (Hijos del águila) constituían el último escalón de la clase noble. Se trataba de guerreros o mercaderes procedentes de la clase plebeya que habían logrado franquear la barrera social gracias a sus dotes militares o a su habilidad comercial. Estos méritos les daban derecho a disponer de la producción de un pequeño lote de tierras que se les entregaba para su sustento, a contraer más de un matrimonio, y a quedar exentos de la obligación de tributar en especie o en trabajo al tlatoani. Los cuauhpipiltin, sin embargo, no eran bien vistos por los aristócratas de sangre, que les prohibían lucir determinados adornos reservados a la nobleza, recordándoles así lo bajo de su cuna.
Los Plebeyos
La clase dominada carecía de la homogeneidad que caracterizaba al estamento plebeyo de otras sociedades precolombinas. Había tantas diferencias económicas e incluso jurídicas que conviene diferenciar al menos tres estratos: superior, medio e inferior.
Estrato Superior
El primero lo integraban los pochteca, comerciantes dedicados a la exportación e importación de los productos de lujo consumidos por la élite dirigente. El carácter semioficial de su profesión, que les llevaba a veces a actuar como espías, les proporcionaba grandes riquezas y la gratitud del Estado. Los pochteca tenían derecho a tribunales, fiestas y emblemas particulares; pero no estaban libres de entregar fuertes tributos, lo cual señalaba su pertenencia a la clase plebeya. Algunos artesanos especializados en la elaboración de los artículos de lujo gozaban de una posición similar.
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