La agricultura de la cultura azteca estaba perfectamente adaptada al medio ambiente. En las zonas secas se construyeron centenares de canales de riego para aprovechar las aguas de los lagos y ríos; y en las lagunas, donde no se podía cultivar, se crearon infinidad de chinampas, islotes artificiales de cieno apuntalados en sus esquinas con sauces acuáticos que daban dos cosechas anuales. Las chinampas, al igual que las restantes tierras, se dividían en tres grupos según su poseedor: comunales, estatales y privadas. Las primeras pertenecían al calpulli y se entregaban en usufructo a los miembros del barrio para su cultivo individual. Las segundas eran propiedad del Estado, quien las explotaba directamente o mediante arriendo para sufragar los gastos del palacio, la justicia o el ejército. Las terceras estaban en manos de los nobles y podían venderse junto con sus mayeque siempre y cuando el comprador fuese miembro de la nobleza.
La posesión de la tierra permitía a los pipiltin dedicarse íntegramente a la guerra, gracias a la cual se obtenían enormes cantidades de objetos exóticos, materias primas o productos de primera necesidad. La mayor parte del tributo de los pueblos sometidos se empleaba en el mantenimiento de la corte, del ejército, de las fiestas religiosas, de los obreros y del pueblo en época de malas cosechas; el resto se entregaba a los artesanos para su transformación en productos de lujo, que a su vez se exportaban a otras áreas de Mesoamérica.
La posesión de la tierra permitía a los pipiltin dedicarse íntegramente a la guerra, gracias a la cual se obtenían enormes cantidades de objetos exóticos, materias primas o productos de primera necesidad. La mayor parte del tributo de los pueblos sometidos se empleaba en el mantenimiento de la corte, del ejército, de las fiestas religiosas, de los obreros y del pueblo en época de malas cosechas; el resto se entregaba a los artesanos para su transformación en productos de lujo, que a su vez se exportaban a otras áreas de Mesoamérica.
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